lunes, 11 de marzo de 2013



El hombre de los dulces fue responsable de los asesinatos de al menos 27 niños y jóvenes. Para ello Dean Corll tenía una habitación especial de torturas donde violaba, torturaba e incluso castraba a sus víctimas.

Dean tenía dos amigos cómplices: David Owen Brooks y Elmer Wayne Henley, quienes le “vendían” a jóvenes incautos que accedían engañados a ir a la casa de Dean.

Las fechorías de Corll se dieron a conocer sólo cuando Henley lo traicionó y asesinó en defensa propia, para el resto de sus vecinos Dean Corll era, hasta el momento, un hombre de ejemplar bondad al que le encantaba regalar dulces a los niños.

Cuando había cumplido los 30 años experimentó un severo cambio de personalidad volviéndose híper sensitivo y tétrico. Entonces empezó a pasar más tiempo con adolescentes y a hacer reuniones donde se drogaban con fundas de papel que contenían pintura o pegamento.

Lo más extraño de Corll era tal vez la elección de sus amigos, quienes en gran parte eran adolescentes masculinos entre 13 y 20 años. De todos sus conocidos sólo dos eran cercanos a Dean: Elmer Wayne Henley de 14 años y David Owen Brooks de 15 años.

Los tres pasaban mucho tiempo en la casa de Corll o paseando en su furgoneta blanca, pero en una ocasión Brooks entró al apartamento de Dean para encontrarlo desnudo con dos muchachos atados y desnudos también, tan nervioso se puso Corll, que liberó a los jóvenes y le regaló el coche a Brooks para comprar su silencio. Pronto la demencia de Corll le llevó a ofrecerles a David y a Wayne la cantidad de $200 por cada muchacho que le trajesen.

La investigación apuntaba a Corll como sospechoso, pero los comentarios de las personas no eran testimonios positivos para la investigación, puesto que todos los interrogados confirmaban que Dean era un hombre bueno.

Viendo que su vida peligraba y que Corll había ido muy lejos, en un altercado surgido dentro de una de las citas macabras de Corll, Henley tomó la pistola de Corll y lo mató de 6 tiros. Luego llamó a la Policía.

Cuando los oficiales interrogaron al cómplice, este les contó todo sobre los asesinatos, la Policía, escéptica, no creía la historia hasta que Henley les mencionó algunos nombres de los adolescentes desaparecidos.

Corll realizaba torturas como: meter varas metálicas en el ano, introducir a la víctima en cajas donde ésta tenía calambres, castrar con máquina de afeitar.

Un cuarto oscuro, diseñado sólo para la tortura y la muerte, un cuarto investido de un extraño olor. Tenía un piso alfombrado cubierto por plástico y una larga tabla con esposas adjuntadas, la cual sería el último lugar de reposo de las víctimas. Habían cuerdas y varios juguetes sexuales, objetos todos que describían la naturaleza de los crímenes. También había un extraño cajón de madera con huecos hechos para que el aire entre.

Ahí los desnudaba, los violaba y los atormentaba haciéndoles cosas como meterles gruesos consoladores que les dejaba metidos en el ano; o, peor aún, duras, frías y lacerantes varillas de acero… Gustaba de arrancarles el vello púbico, pelo por pelo. Y era cada vez más sádico, ya que llegó a un punto en que les partía los dedos, les quebraba a martillazos los omoplatos y otros huesos de piernas y brazos, los asfixiaba con bolsas plásticas, les hacía cortes en tal o cual parte del cuerpo, e incluso, a algunos los castraba con tijeras, cuchillos, y hasta navajas de afeitar…

Corll no solo era el Candy Man por engañar a sus jóvenes víctimas con caramelos y dulces: también lo era por enterrar a sus cadáveres de forma particular: cubriéndolos con cal, apretándolos, envolviéndolos en rollos de plástico que ataba en ambos extremos para que el cadáver pareciese un macabro caramelo gigante…

Henley ayudó mucho en las investigaciones. Actualmente cumple 6 cadenas perpetuas y tiene como hobby la pintura, ha envejecido y sigue arrepentido de sus crímenes.

Cuando la investigación y búsqueda de cadáveres estaba terminando, Henley insistió en que faltaban tres cuerpos más que habían asesinado, cuerpos que jamás fueron encontrados. Aunque sí descubrieron dos huesos que no eran de las víctimas encontradas cerca del cobertizo del bote de Corll, por lo que no se descarta que hubiese más víctimas que nunca aparecieron.


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