sábado, 20 de abril de 2013






“Un amigo mío era japonés. Él tenía una novia en París. Durante seis meses intentó salir con ella y de pronto ella aceptó. La llevó a su apartamento, le cortó la cabeza. Puso el resto de su cuerpo en el refrigerador, se la comió a pedazos. La puso en el refrigerador, la puso en el congelador. Y cuando se la comió, tomó sus huesos y los dejó en el Bosque de Boulogne, pero un taxista, por casualidad, lo descubrió enterrando los huesos. ¿No me creen? La verdad es más extraña que la ficción. Al parecer siempre nos dirigimos hacia ella. A lo extraño de la realidad”.
Rolling Stones. “Too much blood”



Issei Sagawa era un estudiante japonés muy inteligente, obsesionado con las mujeres altas de rasgos occidentales. De baja estatura, medía 1.50 metros. Poseía manos y pies pequeños, cojeaba al caminar e incluso su voz era delgada. En algunas entrevistas posteriores, mencionó que era el tipo de hombre que la mayoría de las mujeres no encontraría atractivo.



Pese a su extrema timidez, estaba obsesionado con tener a su lado a "la mujer perfecta". Su fantasía se hizo realidad mientras estudiaba Literatura Inglesa en la Universidad de Wako en Tokio. Ahí se relacionó con una mujer que daba clases de idiomas. Un día de verano se metió a través de la ventana a su apartamento e intentó matarla. Para su deleite, ella estaba dormida y tenía ropa interior muy pequeña que cubría parte de su cuerpo. Buscó algo para apuñalarla o golpearla y descubrió un paraguas. Sin embargo, antes de que pudiera hacer algo, la mujer despertó y al descubrirlo gritó desesperada, provocando la huida del intruso. Issei no olvidaría esa experiencia. Había sido muy fácil estar cerca de una mujer atractiva y si era más cuidadoso con el ataque, podría hacer realidad su fantasía. Empezó a investigar y vigilar a sus potenciales víctimas para planear sus ataques y que no pudieran escapar.



Su fantasía se volvió a hacer realidad cuando viajó a París y halló a una chica que ya nunca pudo sacar de su mente. Su piel blanca, la forma carnosa de sus nalgas y sus pechos correspondían al estereotipo que buscaba. Se llamaba Renee Hartevelt. Era holandesa, tenía 25 años, hablaba cuatro idiomas (holandés, alemán, francés e inglés) y poseía un futuro prominente. Había viajado por varias partes del mundo, estudiando y relacionándose con personas de diferentes culturas. Su objetivo era un Doctorado en Filosofía o en Literatura Francesa. Issei le pidió que le enseñara alemán; el padre de Issei por ser multimillonario podría pagarle cualquier sueldo. Ella aceptó. Le gustó su inteligencia, su conocimiento de la pintura y literatura europeas.



La holandesa Renee Hartevelt


Renee salía a menudo con él y con frecuencia lo invitaba a su apartamento a tomar el té. Sus continuas salidas a bailes le dieron a Issei un sentido más real de sus macabras fantasías. Al llegar a París, Issei había comprado un rifle calibre 22 para su protección. La noche del 11 de junio de 1981, hizo sentar en el suelo a Renee al estilo japonés para beber el té. Con la bebida mezcló un poco de whisky. Hablaron durante varias horas. Issei le declaró su amor, pero Renee lo rechazó y le explicó que sólo quería ser su amiga. Issei se levantó desconcertado. Después tomó su rifle y le disparó en el cuello. Ella cayó de la silla; él le continuó hablando, pero ella no respondió. Pero el asesinato fue sólo el principio de la historia que estremeció al mundo.



Sagawa llevaba un diario; basado en esas anotaciones, años después publicó un libro titulado In the fog (En la niebla) donde describe, entre otras cosas y de manera detallada, lo que hizo con el cuerpo de Renee después de muerta. Fragmentos de ese diario narran los sucesos ocurridos entre mayo y junio de 1981, en particular los días posteriores al crimen:

“París, Francia, mayo de 1981. Soy en mi estilo horrible. Tengo manos y pies pequeños, una voz filosa como la de un eunuco y una cabeza desproporcionada por la cual circula un único pensamiento. Mido un metro cuarenta y cojeo al caminar. Ella en cambio es alta. Su nombre: Renée Hartevelt. Holandesa, rubia. Por sobretodo rubia.



"Se ha inscrito a mitad de año en nuestro curso de Literatura Comparada. Desde el primer día me siento a su lado sin dejar de pensar ni por un momento en la blancura de su brazo. Le he pedido que me enseñe holandés o alemán. He aquí la interesante verdad. Reducida. Infinitamente limitada al dominio de las palabras. Ella acepta. Sin duda le divierte el hecho ser la única a quien le hablo. No oculta su asombro frente a mi inteligencia. No finge ni simula como el resto.



Autorretrato de Issei Sagawa


“Es mayo. Caminamos juntos sin parar de hablar bordeando un bosque. Tan rico, tan arrebatador como lo es ella misma. La cuestión de la realidad de ahora en adelante se diluye. Apenas una partícula de coherencia para sostener la historia. Me animo por fin a invitarla a mi departamento. Hemos tenido una conversación agradable, pero algo agotadora acerca de Shiki Masaoka y el mito de su belleza. Antes de irse, le pido que lea por última vez ‘Iglesia Muerta’ de Trakl. Mientras su boca gesticula, la mía se deforma. Cuando se marcha, me dedico a oler y lamer cada sitio donde ella ha estado sentada.



“No necesito tomar prestado ningún motivo. Poco importa. Simplemente, el germen creció tanto que un día todo pareció diminuto. Renée colaboró a transplantarlo. Vuelvo a invitarla. Se ha mostrado complacida con la idea de grabar la lectura de aquel poema que tanto disfruto. Le he dicho que mi intención es hacer oír luego la cinta a un profesor. Cenaremos sukiyaky; trozar, secar y servir. Todo muy sencillo. Prestando atención en no mezclar jamás los olores”.



La última fotografía en vida de Renee Hartevelt, durante una fiesta


“11 al 14 de junio de 1981. Renee repite algunas frases mientras yo preparo la grabadora. A la señal acordada comienza. Siento cómo su voz me traspasa: ‘Lo mira fijo desde muchos ojos en el vacío. Y una voz semejante a todas las otras solloza mientras el espanto crece en el espacio’. De pronto una luz, un fuerte sonido y luego, su cuerpo cayendo de la silla al piso. Sus ojos, su nariz, su boca, la sangre sale por un orificio en su frente. Insisto en hablarle, pero no responde. Trato de limpiarla pero no puedo detener el fluido de su cabeza. Todo está muy callado. Sólo el silencio de la muerte persiste.



El departamento de Sagawa en París


“No había previsto la dificultad que implica desnudar a un muerto. Finalmente lo consigo. Su cuerpo es blanco, casi transparente. La toco, es lisa. Completamente luminosa. Entonces me pregunto dónde debería morder primero. Me decido por una de sus nalgas. Tomo fotografías de todo el suceso. Mi nariz se cubre con su piel fría. Intento continuar pero no puedo. Un repentino dolor de cabeza me distrae. Voy por un cuchillo y lo clavo profundamente en ella. Mucha grasa exuda del corte. Es extraño cómo miles de secretos sutiles y grotescos van poco a poco apareciendo. Tras un montón de capas amarillas asoma algo de carne roja. Corto un trozo y la pongo en mi boca. No presenta olor alguno. Se derrite en mi lengua cual perfecto bocado de pescado crudo. Rebano su cuerpo y levanto la carne repetidas veces. Tomo una fotografía de su cadáver opacado solo por la profundidad de las heridas.



El cadáver de Renee Hartevelt


“Ya desnudo, me tiendo sobre ella y penetro su cuerpo aún tibio. Cuando la abrazo emite una especie de suspiro. Me asusto. La beso y le digo que la amo. Es increíble que aún muerta siga siendo tan reservada. Tiene una nariz pequeña y labios delgados. Mientras vivía ansié morderlos. Ahora puedo satisfacer cuantas veces quiera ese deseo. Mastico el cartílago hasta oír cómo se rompe. Utilizo un pequeño cuchillo para cortarlo aún más. Es duro y desabrido.



“Arrastro su cuerpo hasta el cuarto de baño. Estoy exhausto, sin embargo consigo cortar su cadera. Apuñalo el estómago. Al abrirlo sobresalen gruesos y largos tubos que se enrollan sobre sí mismos. En uno de sus extremos encuentro una bolsa gris. Debe ser su vejiga. Un intenso olor se desprende tan pronto como la levanto. Introduzco mi mano en la cavidad. Agarro otra bolsa. Creo que es su matriz. El hallazgo me paraliza por un momento. Si ella hubiera vivido, habría tenido un bebé en esta matriz. Ese pensamiento me deprime. Saco los tubos. Siento que la piel me arde. El líquido me quema los dedos. Avanzo con el cuchillo eléctrico más arriba, a través de músculos y órganos. Al llegar a la columna vertebral el aparato se detiene y debo recurrir a una pequeña sierra.



“Pongo la carne en una cacerola. Después que todo está listo, acerco la mesa y uso su ropa interior como mantel y servilletas. Retrocedo la cinta con la bella lectura que ha hecho del poema. Noto que falta todavía algo de sabor. Añado sal y mostaza. Su carne es de una calidad espléndida, muy alta.



“Voy de nuevo al cuarto de baño y corto parte de su pecho, que deposito en el horno. Me agacho para observar cómo se hincha mientras se cocina. Lo sirvo tal cual lo he trozado. No es tan bueno como esperaba. Demasiado grasoso. Intento probar en otra parte. Empiezo a comer al azar. Muerdo un dedo del pie. Aceptable.



“Debo extraer la carne antes de amputar los miembros. Toco el cuerpo frío otra vez. Agarro su rodilla y la rasgo con mis dientes. Sus muslos son muy blandos. Mastico lentamente. Cuando miro en el espejo apenas reconozco mi cara, está entera cubierta de grasa. No resisto el sueño. Me recuesto a su lado”.



Exhausto, Sagawa tomó lo que quedaba del cadáver, lo llevó a su cama y durmió con él. A la mañana siguiente pensó librarse de la evidencia, pero al levantarse descubrió que el cuerpo no olía mal aún y continuó comiendo. Al día siguiente del crimen, escribió en su diario:

“El zumbido de tres enormes moscas me despierta. Son tan grandes que parecen un enjambre oscureciendo su rostro. Al moverme se despegan. Intento seguirlas, pero escapan. Lo sé. Son la señal de que ya la he perdido, que la he roto para siempre. Como un niño rompe su juguete predilecto.



“Nada en ella huele mal pese al tiempo transcurrido. Continúo comiendo, en particular sus brazos, que es una de sus partes más sabrosas. Recorto el ano y lo meto en mi boca, pero su olor es muy fuerte y me obliga a escupirlo. Al freírlo no ha disminuido su olor, por lo cual lo he dejado al interior del abdomen. Al poco rato, anhelo su lengua. Como no puedo abrir su mandíbula, planeo un modo de alcanzarla a través de sus dientes. Finalmente sale, la hago estallar en mi boca y me miro masticándola en el espejo. Luego voy por los ojos”.



“Es necesario terminar con todo esto. Desprender su cabeza es la cosa más difícil que he tenido que hacer. Corto el cuello hasta que puedo ver el hueso, después corto otra vez. Todavía lleva su collar. Intento utilizar el cuchillo eléctrico, pero no funciona. Uso otra vez la sierra. Imagino la guillotina. Es asombrosamente fácil decapitar si se tiene un instrumento eficaz a mano.

“Con la cabeza despegada de su tallo, ahora es solamente carne. Jalo el pelo y veo como cuelga. Siento ganas de comer sus ojos. Aunque es la parte más fácil de su cara, es terrible insertar el cuchillo en ellos. Puedo ver cómo se deslizan hacia el lado izquierdo de su rostro. Ahora es casi un cráneo. Dejo la cabeza en una bolsa de plástico.



“Pulso varias veces. Requiere de gran esfuerzo cercenar las piernas. Su cuerpo salta. Finalmente se separan. Entonces corto los brazos, que resultan incluso más duros que éstas. El cuchillo eléctrico da resultado esta vez. En su mano izquierda todavía luce el anillo y la pulsera que le regalé hace unos días”.



Días más tarde, la Luna de Miel había terminado. Con un hacha la cortó en pedazos más pequeños para meterla en una maleta que había comprado para este fin. Mientras la desmembraba se excitó y con la mano del cadáver procedió a masturbarse. Cortó su nariz y sus labios, y los guardó para sus fantasías sexuales posteriores. A la medianoche del segundo día guardó todos los pedazos bajo llave en su maleta, llamó un taxi y pidió lo llevara al Bosque de Boulogne. Una vez allí trató de botarla al lago, pero dada su complexión física le resultó muy pesada. Cuando descubrió que varias personas lo miraban se asustó, la tiró rápidamente y huyó. Una pareja que paseaba por el lugar vio una mano de mujer llena de sangre y llamó a la policía.



Cartas manuscritas de Issei Sagawa


Mientras tanto, Issei regresó a su apartamento a disfrutar de los filetes de Renee que conservaba en el refrigerador. Cada día que estuvo en libertad comió pedazos del cadáver.



Dice en su diario:

“Ordeno cuidadosamente los platos. Abro el refrigerador. La huelo y miro desnuda ahí adentro. Reconozco cada uno de los segmentos de carne. Esto es parte de su cadera y esto de su muslo. Los frío.



“Su ropa permanece sobre la mesa de cristal. Finalmente corto sus partes íntimas. Cuando toco el vello del pubis, me percato de que tiene un mal olor. Muerdo su clítoris, pero no se desprende, sólo se estira.



"Lo pongo en la sartén y después en mi boca. Lo mastico cuidadosamente y lo trago. Es muy dulce. Sin embargo, cuando está en la boca se hace difícil conectar un trozo de carne con un cuerpo. No guardan semejanza alguna. Pero continuaré comiendo hasta que ellos vengan. Cada día la carne llega a ser más blanda, cada día el gusto más exacto. Más dulce”.



Cuando la policía francesa finalmente llegó a su apartamento con una orden de captura, Issei los dejó entrar sin problemas. Abrieron el refrigerador y encontraron pedazos de un cuerpo de mujer, incluso los labios.



El arresto



Issei confesó lo que había hecho y agregó que tenía una historia médica con una enfermedad mental. De hecho, sus descripciones fueron tan detalladas que el juez decidió que él no era competente para juzgarlo.



Sagawa fue condenado a un período indefinido de prisión en el asilo Paul Guiraud. Los tres psiquiatras que lo evaluaron dijeron que nunca se curaría. Su multimillonario padre, Akira Sagawa, presidente de Kurita Water Industries en Tokio, hizo un trato para que en 1984 su hijo fuera transferido al hospital psiquiátrico Matsuzawa en Japón. El fiscal creyó que allí estaría preso de por vida, pero solamente permaneció internado quince meses y quedó libre en agosto de 1985, gracias a su padre.



Issei Sagawa regresa a Japón


Jûrô Kara, escritor japonés, mantuvo correspondencia con Sagawa cuando estaba en la cárcel en París y publicó, en 1983, La carta de Sagawa, obra que fue galardonada con el Premio Akutagawa, la más alta distinción literaria japonesa.



En una carta que Kara envió a Sagawa se puede leer:

"Sé lo que es ser mirado por encima del hombro por ciertas mujeres extranjeras. Pero la única que puede conmoverle es la mujer blanca, hasta el punto de que para sus ojos sólo existe ella. En realidad se trata de la ‘Fantasía del Blanco’ para los japoneses. De la búsqueda de la raíz de la atracción por la mujer extranjera, por la piel blanca, a través de las generaciones anteriores, desde los tiempos de Shirô Amakusa hasta la época en que Perry desembarcó en el Japón, más o menos desde 1637 hasta 1853. Cada cultura tiene sus fantasías”.



No podemos saber con exactitud hasta dónde la ‘Fantasía del Blanco’ orilló a Sagawa a comerse a Renée. Lo cierto es que Sagawa no probó todas las partes del cuerpo de ella. No comió vísceras, por ejemplo. A diferencia de sus partes íntimas. Algo que destaca Jean-Luc Hennig en su libro Breve historia del culo es que Sagawa comenzó a comérsela por el glúteo derecho. En el libro In the fog puede verse que sus partes íntimas fueron las que probó al último.



En Japón, Sagawa llegó a convertirse en una celebridad. Escribió varios libros y colaboró en un periódico. Frecuentemente apareció en televisión y llegó a mostrar en videos cómo había matado, cortado y comido a Renee.



Sagawa convertido en estrella de la televisión



Luego dio entrevistas para una revista de cocina y protagonizó una película pornográfica acerca del asesinato, donde aparece mordiendo las nalgas de una actriz porno y se ve a una chica metida en un refrigerador.



Escenas de la cinta pornográfica donde Sagawa actúa su crimen



En la segunda mitad de la década de los ochenta, se publicó en España un cómic titulado Rejas. El primer número era una adaptación del crimen de Sagawa, a caballo entre el porno y un rampante mal gusto, en viñetas explícitas. Mientras tanto, Sagawa también comenzó a pintar. Expuso en Japón y en Europa. Sus pinturas se vendieron en altos precios.



Las pinturas de Sagawa



En 1983, en el álbum Undercover, los Rolling Stones incluyeron una canción titulada "Too much blood" ("Demasiada sangre"), escrita por Mick Jagger y Keith Richards, inspirada en Issei Sagawa, como una forma de rendirle homenaje al único caníbal de la historia que podía asistir a los espectáculos de televisión y a los talk shows para hablar sobre su hazaña.



Considerado un artista, Sagawa confesó con cierto esnobismo que la única forma de reivindicarse por el asesinato de la chica holandesa sería ser comido por una mujer occidental joven. Declaró que le gustaría que sucediera. Sagawa afirmaba, con una sonrisa en el rostro: "el público me ha hecho el Padrino del Canibalismo y estoy contento, feliz con eso".



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