miércoles, 27 de febrero de 2013



A menudo, cuando se habla de temas como la cultura libre, software libre, legitimidad a la hora de compartir contenidos sin el permiso expreso del autor y demás, los que se posicionan en contra del “todo gratis” (sin advertir que todo gratis no significa no ganar dinero con ello, ya sea por publicidad o de forma indirecta) arguyen que Internet no es gratis. Que pagamos el acceso. Y que frente a eso no nos rebelamos ni exigimos un Internet gratis.

Antes hay que desmentir ese aserto: los que promulgan la existencia de contenidos gratuitos en la Red (lo quiera o no el autor original) también aspiran a una conexión a Internet más barata, sobre todo en España, donde el coste es superior a otros países de nuestro entorno. Y quién sabe: quizá la conexión a Internet acabe siento totalmente gratuita, como escuchar la radio, porque la sufragaran las empresas que hacen negocio en Internet.

Por otro lado, la crítica “Internet no es gratis” parte de un error categorial: lo que paga el usuario, en realidad, paga la infraestructura de transmisión, pero no subvenciona toda la Red, no mantiene todo lo que circula por Internet. Es decir, pagamos por recibir bits, pero no por lo que valen esos bits. Lo transmitido no es gratis, pero el contenido sí puede serlo.

La cuota mensual que abonamos a nuestro proveedor de servicios de Internet cubre el envío del contenido, pero la creación del contenido está regulado por un modelo económico diferente. Al menos de momento.

Chris Anderson lo explica así en su libro Gratis:

Hablando según el sentido común, este error proviene asimismo de medir el valor de una cosa mediante unidades erróneas. Por su contenido mineral, mi hijo pequeño vale unos 5 dólares a precio normal de mercado, pero no lo pienso vender. Para mí es más valioso por la forma en que esos minerales se han unido, por todos los demás átomos, el estado de energía y el resto de cosas de las que está hecho un niño. Confundir el coste de transmitir megabits con el coste de producirlos, o con lo que valen para el receptor, es una consecuencia de no comprender dónde reside en realidad el valor. Que no se encuentra en la Red. Donde transformamos los bits dándoles un sentido es en los extremos, la producción y el consumo.


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