Casandra era una tímida niña de seis años que prefería la compañía de sus muñecas a relacionarse con otros niños.
Por este motivo no le resultó muy duro cambiar de casa y dejar atrás su
antiguo barrio y colegio cuando sus padres decidieron mudarse.
Sus padres estaban preocupados por el
cambio, pero sabían que con el tiempo acabaría disfrutando de su nuevo
hogar. Una vieja mansión que tenía un gran jardín, con un columpio, un
tobogán e incluso una pequeña casita de madera en el árbol.
La niña se acostumbró enseguida a su
nuevo hogar. Pero tener tanto espacio para jugar la volvió incluso más
retraída y solitaria. Casandra solía subir con sus muñecas a la casa del
árbol y pasaba allí varias horas hablando sola, según ella con su amiga
Ana. Los padres no le dieron mucha importancia pues sabían que a esa
edad eran comunes los amigos imaginarios. Las vacaciones de verano
pronto acabarían y con el nuevo curso escolar haría nuevos amigos en clase.
Los días pasaban y el comportamiento de
la niña cada día era más extraño, casi no hablaba con sus padres y
aprovechaba cualquier momento para “refugiarse” en su casita del árbol.
Los padres podían escucharla hablar durante horas con su amiga Ana. Pero
lo que más les preocupaba era que cada vez conciliaba peor el sueño,
hablaba dormida y parecía sufrir pesadillas pues era habitual que
entonara frases como “tengo frío”, “no puedo ver” o “ayúdame”. Una noche
la madre sintió pasos en el pasillo, asustada avisó a su marido, quien
salió a ver y se encontró a Casandra caminando sin rumbo, la niña
parecía sonámbula y, cuando su padre la llamó, se despertó totalmente
aturdida y sin saber qué hacía de pie fuera de su habitación.
Cada vez las incursiones nocturnas de
Casandra eran más atrevidas y se alejaba más de su cuarto. Sus padres
tenían miedo de que la niña saliera a la calle, sola y por la noche. Así
que decidieron llevarla a una clínica del sueño en la que podrían
“monitorear” sus hábitos de sueño para tratar su sonambulismo. Pero tras
pasar dos noches no se detectó nada extraño, de hecho en ambas
ocasiones Casandra durmió plácidamente toda la noche. El psicólogo
tampoco ayudó mucho, únicamente les confirmó lo que ellos ya sabían, que
tenía una amiga imaginaria que se llamaba Ana y que tenía su misma
edad. El psicólogo le restó importancia al hecho y les dijo que era
relativamente frecuente , y más teniendo en cuenta que la niña
prácticamente no tenía amistades. Les recomendó que pasaran más tiempo
con ella y que trataran de relacionarla con más niños de su edad para que Casandra fuera, poco a poco, olvidando a Ana y centrándose en sus amistades reales.
Los padres siguieron al pie de la letra
las indicaciones del psicólogo, pasaban cada vez más tiempo con ella y
la dejaban poco tiempo libre para que fuera a “charlar” con Ana en su casa del
árbol. Pero eso no hizo más que empeorar su ataque de sonambulismo,
parecía como si el tiempo que ya no pasaba con su amiga imaginaria por
el día lo compensara por la noche. Sus sueños parecían cada vez más
vívidos y en un par de ocasiones el padre la encontró a punto de salir
al jardín. La niña cada vez parecía más agotada y con el cansancio
acumulado era como si cada noche perdiera más el control y pasara más
tiempo sonámbula.
Una noche el padre sintió como alguien
bajaba la escalera, al ver a su hija en la puerta de casa un frío le
recorrió la espalda. Al contrario que en otras ocasiones, cuando llamó a
Casandra la niña pareció ignorarle y solamente
le dedicó una mirada fugaz antes de abrir la puerta y salir al jardín.
Los ojos de su hija parecían otros, era como si no la reconociera.
Asustado, bajó las escaleras y salió corriendo detrás de ella mientras
la niña avanzaba en dirección a
la casita del árbol; cuando estaba a pocos metros del lugar, la niña se
agachó mientras balbuceaba algo que su padre no podía entender.
Casandra comenzó a escavar el suelo con
sus manos, su padre al llegar a su lado la escuchó decir “tengo que
salir”, “aquí hace mucho frío”. Su padre la abrazó y sintió que su hija
estaba congelada, era como si no respondiera y luchaba por seguir
cavando, sus pequeños dedos estaban ensangrentados por arañar la tierra y
golpearse con las piedras que había en el suelo. Se había roto un par
de uñas y aún así parecía no despertarse. El padre no sabía qué hacer
mientras la niña pataleaba y le pedía que la soltara y la dejara
continuar.
De repente, como si se le encendiera una
luz en la cabeza, el padre dejó de llamarla por su nombre y la llamó
“Ana”, en ese momento la niña se giró y dejó de luchar mientras se le
quedó mirando.
- Ana, ¿eres tú?. – dijo el padre.
La niña le miró fijamente con unos
ojitos que imploraban que la ayudasen, un par de segundos después se
desmayó, al instante abrió nuevamente los ojos y esta vez Casandra con
su propio cuerpo miró asustada en todas
direcciones como intentando comprender dónde estaba y por qué le dolían
tanto las manos. Su padre la llevó dentro de casa, donde su madre se
quedó limpiando sus heridas, el daño no era tanto como parecía en la
oscuridad de la noche, pero el padre sabía que tenía un asunto pendiente
en el jardín, así que mientras su hija se reponía con su mujer, bajó
con una linterna y una pala.
Al llegar al mismo lugar donde Casandra
había escavado, volvió a sentir un escalofrío. Pero no era momento de
tener miedo, empezaba a intuir el motivo por el que su hija no podía
descansar por las noches y quería acabar de una vez por todas con el
problema. Clavó una y otras vez la pala, hasta que pudo ver algo que le
llamó la atención. Una pequeña manita huesuda apareció bajo la tierra.
Era tan pequeña como la de su hija y al verla sintió una tristeza tan profunda
que se puso a llorar. El padre entre llantos entró a su casa y le pidió
a su mujer que no saliera al jardín bajo ningún concepto mientras él
realizaba una llamada.
Menos de veinte minutos después un coche de policía
y un forense llegaron para levantar el cadáver de una niña de unos seis
años. Investigaciones posteriores demostraron que se trataba de Ana,
una niña que había desaparecido hace un par de años en uno de los
pueblos cercanos. La niña al parecer había sido asesinada, pues su
cadáver mostraba signos de violencia. El anterior propietario de la casa
la había enterrado en su jardín, sabiendo que nadie podría investigar
en una propiedad privada sin una orden judicial.
Ana nunca más se comunicó con Casandra;
parece que, al desvelarse su asesinato y detenerse a su asesino, por fin
pudo descansar. Pero Casandra siempre guardaría el escalofriante
recuerdo de cuando hablaba con un espíritu que no podía descansar.
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