sábado, 23 de agosto de 2014



Noches atrás el viejo hombre yacía ebrio y destrozado en el sillón de su casa por la muerte de su querida Abigail; él no lo podía creer, hace sólo unas semanas habían celebrado su duodécimo cumpleaños y ella reía y saltaba como si su vida sería próspera por muchos años más. Pero por hechos del destino, y caprichos que muchos aún no pueden digerir, ella se fue, dejando un hoyo gigantesco en Richard Donovan Thompson.
La muerte de la única hija de Rick fue realmente espeluznante para nuestro pequeño pueblo de Bigtown, en Colorado. La noticia rodeó no sólo el lugar, sino que revoloteó por todo el país como un terrible caso de asesinato y violación, pues según los forenses la pequeña sufrió de múltiples ataques de violación y tortura; su pequeño cuerpo fue hallado maltrecho y destrozado en las afueras del pueblo, en un paraje desolado del bosque. Las descripciones de los profesionales indicaron que fue torturada con varios instrumentos quirúrgicos básicos de un cirujano, como bisturíes, dilatadores y lancetas, para rasgar su delicada piel, y su inocencia. Lo más desagradable y horripilante del caso fue que hallaron el cuerpo de Abigail decapitado y bañado en sangre, y una marca sucia y de protagonismo estaba dibujada en su espalda con carboncillo, el bastón de Esculapio.
Yo estuve en la escena del crimen al llevar a Rick preocupado por lo de su hija, sin saber lo que le esperaba ahí. Según me contaba en el trayecto, su hija había salido a las nueve de la noche a la casa de una amiga a una fiesta que ésta ofrecería con sus padres. Le pregunté por qué no la había acompañado hasta la casa de la cumpleañera, y ahí fue cuando el hombre se puso nervioso y comenzó a sentirse terrible y culpable por el caso. Tartamudeando y pegando la mirada a varios lados a la vez, me contó algo que no le creí al principio, me dijo que «ella ya estaba lo suficiente grandecita como para poder ir sola a la calle, que confiaba mucho en su suerte, y que la zona a donde iba no era para nada peligrosa». Yo lo vi con una mirada de asombro, y pensé, «eres una mierda de padre, Rick».
Sabía cómo se portaba el hombre, fue mi vecino por más de quince años y conocía sus actividades, hasta la más minúscula. Trabajaba en obras de construcción y casi todos los días llegaba a casa ebrio a altas horas de la noche sólo a golpear a su esposa Margaret, por distintas razones estúpidas. Escuchaba los gemidos de su esposa y sus llantos, y a veces había noches en que no podía conciliar el sueño porque Margaret me buscaba y me pedía ayuda con los maltratos de su esposo. Me molestaba el caso, pero… no era algo en lo que me correspondía meterme.
Después del nacimiento de su única hija, pasaron seis años para que Margaret se hartara del viejo Rick y lo dejara con la pequeña. Hizo muy mal al hacer eso, y era raro en ella, ya que amaba tanto a su hija que era difícil verlas separadas. Que de la noche a la mañana se esfumara del pueblo sin dejar rastro alguno le pareció raro a los vecinos, y en especial a Rick; todos esos hechos dejaron consternado al viejo y lo endurecieron en un odio total contra el género femenino, blasfemando y diciendo que eran de lo peor. Comenzó a hundirse más en el alcohol y yo veía con frecuencia las prostitutas baratas que llevaba a casa. Según entendía, la preocupación por Abigail era mínima y la que siempre velaba por ella era la vieja señora Smicht, una anciana bonachona y gentil que vivía al frente de los Thompson.
Cuando llegamos al paraje desolado del bosque vimos una multitud de gente rodeando la escena y a varias patrullas en la zona. Al pasearse por el lugar del macabro hecho, Rick reconoció los pequeños zapatos de charol que estrenaría la niña en la fiesta de su amiga bañados en su sangre, ya seca. El hombre quedó anonadado y se puso en blanco; yo intenté pararlo, pero me consternó su actitud, pues se puso furioso y comenzó a decir estupideces. Maldición, fue una escena sacada de un maldito cuento: en vez de llorar por su hija, sacaba en cara lo estúpida que fue en vida; y la gente no lo creía, el padre no lloraba por la muerte de su hija.
El entierro de Abigail fue algo desconcertante, del viejo Rick no brotaba ni una sola lágrima y la única que lloraba desconsoladamente enfrente del ataúd era la señora Smicth, mientras que los presentes le daban el pésame al viejo hombre y él sólo asentía sin decir palabra alguna. La escena me dio tanta pena y coraje a la vez que partí del cementerio del pueblo y fui a mi hogar a tomar unas bocanadas de humo de cigarro, pensando en el curioso caso. Pasadas las once de la noche, Rick llegó totalmente alcoholizado con una vieja rubia mal maquillada con ropas de ramera de quinta; ese tipo era de lo peor, ni siquiera en el día del funeral de su hija dejaría el alcohol y el sexo comprado por luto.
Esto lo cuento en forma de pasado, ya que hace un par de días fue hallado el cuerpo de Rick, frío y tieso en la parte trasera de su casa; tal vez fue justicia divina. El cadáver fue hallado desnudo y con quemaduras en varias partes de su obeso cuerpo, con los genitales mutilados, faltándole uno de sus brazos y su rostro era irreconocible por los horrendos martillazos que el homicida le propinó. Lo que les pareció más curioso del caso a los forenses, y los dejó consternados, fue que hallaron la misma marca que encontraron en su difunta hija; pero esta vez con una frase escrita, también con carboncillo, en su calva y regordeta cabeza: «Así mueren los cerdos».
Nadie asistió a su funeral, al parecer todos en el pueblo lo odiaban por cómo era él y por su actitud con todo lo que rodeó la muerte de su hija. Los policías buscaron pistas para hallar al «Asesino Médico»; sí, así lo apodaron por la escabrosa imagen que impregnaba en sus víctimas. Por mi parte, tampoco podía creer lo sucedido; padre e hija muertos. Escribí unas notas sobre el caso y las actividades que había percibido en la casa de los Thompson y se los mandé a la policía por si les era útil. Lamentablemente, yo estaba en una de mis conferencias en la universidad en el momento del asesinato de Richard, y no pude escuchar ni ver nada.
Por otro lado, después de tantos años aún no puedo creer que Margaret me abandonara por ese perdedor. Pensándolo más a profundidad, el viejo Rick tal vez sí merecía la muerte; fue por eso, tal vez, que en una de esas noches en las cuales Margaret me fue a buscar le destrocé el cráneo con la base de una lámpara, e hizo que aún conserve el cuerpo embalsamado en el viejo baúl de mi sótano desde hace más de seis años, y aún tiene esa apariencia que me enamoró en mi juventud. Fue por eso tal vez que me crucé con la pequeña Abigail aquella noche, cuando ella salió desacompañada e indefensa a la casa de su amiga, y la secuestré y disfruté torturándola y violándola constantemente, mientras ella lloraba y clamaba por su tan pequeña vida; y por capricho mío me quedé con su cabeza como trofeo de guerra, ahora apilada con los restos de su querida madre. Pero honestamente, lo que me parece más gracioso e irónico de todo este caso, es que no fui yo quien llevó a la muerte al viejo Richard Thompson.